Casa E, Valparaíso.
www.casae.cl

 

Casi en el centro de la galería un recorte: un espacio de otro lugar, una posible humedad sureña, y un presumible estado natural de las cosas. Una especie que no veremos, porque no sabemos donde buscar aquello que se extingue.

Un huemul, el ciervo autóctono de este lado del mundo, símbolo patrio tantas veces trocado en caballo por falta de referentes. Se extingue, desde 1976 que oficialmente se extingue: Órdenes San Martín, lo instala en el centro de la galería, está encandilado, inmóvil, estresado: sí, el huemul se estresa y lo manifiesta en contradicción: moviéndose erráticamente o en la quietud máxima, en ambos casos puede infartarse y morir. Perdón, seguir muriendo. Lo protegemos, lo instalamos en una reserva y le procuramos unas pocas hectáreas para que no se extinga.

Lo trasladamos a la galería y lo transformamos en discurso contemporáneo, no ya en el más políticamente evidente como símbolo patrio: mientras le dure la fuerza, o la razón, si la tiene. No, para él, cautiverio. Atrapado en el circuito del arte contemporáneo, el que nombra y especula. Aquí se modela discurso en la inocencia de la plasticina, o con plasticina se modela el discurso no inocente del arte contemporáneo, honestidad de la forma presentada la del huemul y su recorte, o invitación a hundir los dedos y destruir. Finalmente. ¿Es el ciervo quien está encandilado? ¿Será el discurso?

Isabel Ibáñez, 2011

 

 

(premezcla o final)

 

Renato Órdenes abraza, toca, aprieta. A la manera del ciego, como el ciego que ve a partir de sus manos, se va haciendo camino a través de la materia. Hace poco alguien me hablaba acerca de la honestidad dentro de las artes visuales. La honestidad del hipotético ciego de estas líneas, entra en acción y en forma de respuesta ante la inquietud.

Renato Órdenes abraza, aprieta, hunde, intenta sacar el corazón de algo. Para eso mete el dedo, lo saca, se arrepiente, va. Deja una huella en la materia, un deja vú constante. Con la huella cambia la materia, en este caso, lomo, cogote, extremidades, pero así también cambia Órdenes. Es un hombre que ha dejado huella, es otro. Órdenes va por la calle, se encuentra con un amigo, lo abraza, calca un omóplato en su mano. Su cuerpo, sus brazos y dedos largos y flacos confabulan. Es inevitable, casi al modo del animal, la conjunción de cerebro, brazos, dedos que se hunden, uñas que van, plasticina que cambia, retrocede, avanza.

Se trata básicamente del impulso, la conexión fisiológica entre cerebro y mano. En ese nivel. Cuando estamos frente al huemul vemos la mano que modela. Lo contemporáneo, a veces, olvida el carácter espontáneo de todo comienzo. No porque estemos un año jugando a viajar por distintos lugares vamos a convertirnos en nómades. El nómade verdadero, el de la tribu, tiene en sus genes y en su construcción mental al nomadismo como principio y fin de la vida y le es inseparable. El acto de Órdenes, entonces, no remite tan sólo a un esfuerzo más o menos consciente de construcción, sino a una experiencia compulsiva dirigida a tocar e ir más allá, a modelar ALGO con las manos. 

Antonio Duarte, 2011.